Todos conocemos las altas tasas de desempleo y la precariedad que sufren los jóvenes en nuestro país. Aun así, afortunadamente también existen jóvenes profesionales que, a base de esfuerzo y motivación, logran entrar en el mercado laboral con condiciones de estabilidad y salarios que les confieren poder adquisitivo y, si lo prefieren, capacidad de ahorro. Hablamos de esos jóvenes profesionales, probablemente con formación superior, que a sus 25 años tienen la suerte de contar con unas condiciones salariales aceptables. Esta es una edad a la que apetece viajar, comprarse el primer coche o incluso seguir formándose, con lo cual, el incentivo que se tiene para consumir es bastante alto. Pasados unos años, ya en la treintena, se presenta la posibilidad de ahorrar para dar la entrada de la primera vivienda. Dada la tradición de compra en España, los padres son quienes apoyan financieramente a dar este paso, con lo cual, la capacidad de consumo es mayor para los jóvenes. Si avanzamos otro lustro más, advertimos las primeras restricciones a nuestro modelo de consumo living la vida loca. Tal vez hayamos formalizado una relación de pareja y es posible que haya hijos en camino. En ese momento, las obligaciones familiares y de devolución del préstamo hipotecario limitan la capacidad de gasto en ocio y caprichos. A la mayoría de los mortales, la voluntad de ahorrar se les limita a motivos como crearse un colchón financiero para imprevistos juntar algo de dinero para futuras compras o las próximas vacaciones.